miércoles, 19 de noviembre de 2014

PETERPANES



¿A quién podría resultarle romántica la rampa de entrada a un garaje? No podría afirmar a ciencia cierta que ella sea la única, pero me reservo el beneficio de la duda. Y eso sólo porque tan singular ubicación geográfica fue el escenario de su primer beso.
¿Será este el origen de su percepción del mundo como una espiral de excentricidad disfrazada de vida común?
Lo cierto es que se la encoge un poco el corazón cada vez que cruza una entrada de garaje, en especial si se trata de una de esas que tienen un suelo de baldosines rosas desteñidos con pequeños bajorrelieves circulares. Y yo no sé que me da más rabia, si ver esa pánfila ensoñación que la envuelve, o escuchar una vez más de sus labios la cíclica confesión que me atormenta.
Lo curioso es que ahora se me encoge el estómago al cruzar rampas de garaje, en especial, las de baldosines rosas desteñidos y, como es lógico, la odio por ello.
Querría ser más benévolo con sus caprichosas idas y venidas en mi vida, pero la frustración que me paraliza en cada abrazo de despedida, me llena de rencor, sed e incertidumbre.
Se disfrazó de brisa de verano cuando la conocí por casualidad en una  velada de alienación etílica para olvidar el suicidio de nuestros “peterpanes” de la veintena. Tras varias copas, comenzó a hablarme de sus voraces sueños artísticos y yo, que en mi breve pero intenso periplo por la industria publicitaria, ya había visto reducirse a cenizas varias de mis ilusiones, me dejé arrastrar por su discurso hacia una reconfortante isla común.
Pero más que un verano ella es el otoño. Nadie sabe si sus ramas se volverán a poblar de hojas o vivirán una poda perenne. Dice que no puede obviar un cierto pragmatismo que la obliga a descartar cualquier aspiración a artista de museo, pero esa es sólo una coraza. En realidad pocas cosas le gustarían más que viajar por el mundo para desarrollar proyectos sin ningún otro fin que mostrar a la gente su fiel reflejo, pero con un halo de misterio.
Encerrada por horas dibujando hasta lijarse la yema de los dedos, la he visto varias veces abandonar un dibujo casi terminado.
”Dibujar no es relajante”-es todo cuanto sale de su boca en esas ocasiones-“no dejes que te convenzan de lo contrario”.
Me gusta verla dibujar porque siempre he admirado a aquellos con la habilidad de destacar en algo. Gente con la capacidad mágica de conectar lo que imagina su cerebro con el papel, un escenario o un instrumento.
Cuando dibuja desaparece todo lo demás, lo noto porque aunque conteste a mis preguntas, su tono es lineal y sus ojos están en un paisaje que ni ella está segura de conocer.
A mi me falta esa pulsión febril, supongo que es la consecuencia lógica de estudiar algo que te encanta pero en cuya práctica nunca gana el verdadero ingenio.
Antes quería ser el mejor publicista, el tipo sonriente de los reportajes de revista especializada y mi salario era sólo ese correo que debía comprobar una vez al mes ya que el alquiler lo pagaban mis padres.
Ahora en cambio, inmerso en las delicias de la vida adulta, me encuentro a menudo haciendo horas extra soñando con la evaluación favorable que no estoy en edad de recibir, para alcanzar un limbo con más horas libres y un equipo bajo mi mando.
Podría decirse que vivo enfrentado a la ventana de ladrillos de Bartleby el escribiente, pero en mi ventana un ladrillo se ha roto y deja ver un suelo de baldosines rosas desteñidos con pequeños bajorrelieves circulares.

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