Esta historia es un cuento escrito
a dos manos por Laura, mi hermana, y una servidora para felicitar su cumpleaños a mi madre en 2013. Además de un homenaje al amor por la lectura de mi madre, es un juego ya que cada hermana escribió un párrafo con la intención de que tratase de adivinar cual fue escrito por cada hija.
Que no podemos prever nuestro futuro es algo obvio. En principio
algo que todo el mundo acepta, pero al mismo tiempo, un hecho al que muchas
veces nos negamos, en un intento de convertir nuestro destino en las páginas de
una novela.
La habitante de estas líneas pertenece a este grupo de
reaccionarios. La asusta pensar en lo fortuito, por lo que se ha acomodado en
una vida sencilla que si bien no la brinda grandes satisfacciones, tampoco
desagradables sobresaltos. Tiene un mes de vacaciones, madruga, usa el
transporte público, pasea entre semana cuando el humor se lo permite y los
fines de semana trata de alimentar sus viejas amistades. No es infeliz, en
definitiva, pero en el fondo, siente una carencia.
Esta mañana en concreto, es Sábado, por lo que en un
intento de superación de la rutina, decide encaminarse al centro de la ciudad y
visitar una librería de compra venta en la que de vez en cuando compra libros
descatalogados con ánimo de coleccionista, que la permiten sentirse algo más
especial.
Una vez en la librería, capta su atención una novela
ilustrada con una llamativa portada en azul. Parece una novela de aventuras, el
tipo de historia que gira principalmente entorno a un romance conflictivo con
duelos, secuestros y numerosas sorpresas, por lo que decide comprarla. Sentada
en el autobús de vuelta a casa la hojea recreándose en las ilustraciones hasta
que una pequeña hoja doblada cae a sus pies. Tiene la siguiente inscripción
hecha a mano: "Si ya no quiere seguir siendo un
espectador de su vida, busque a Gastón. Se la complicará". "Curiosa
manera de llamar la atención", piensa nuestra heroína., y antes de darse
cuenta se encuentra a sí misma revisando cuidadosamente el dorso del papel. Su
curiosidad se desata, pero desafortunadamente, no hay nada más escrito allí.
¿Quién demonios es Gastón y porqué le complicaría la vida a alguien? Quizás
es sólo una anotación manual, una contestación a un pasaje del libro que un
ex-propietario entregado ha sentido el impulso de escribir. O tal vez una cita
del propio libro que ha enamorado a su anterior lector.
Esas son claramente posibilidades, pero, siendo honestos, no resultan ni
satisfactorias ni tan fascinantes como creer que Gastón es un ser real, por lo
que Aúrea, abriendo por segunda vez el libro, comienza a devorar hoja tras
hoja, en la búsqueda de una nueva pista.
El libro es un auténtico folletín, como los que puso de moda Alejandro Dumas
padre en el siglo XIX. Narra la apasionante historia de Leonor, una bella e
inteligente muchacha, enamorada de un apuesto e intrépido aventurero que
resulta ser el hijo natural del señor feudal de la comarca, el marqués de
Monteolinar. El mozo, al serle revelado el secreto de su nacimiento en el lecho
de muerte de su madre, desesperado por su deshonesto origen, renuncia al amor
de Leonor y parte a lavar su nombre luchando por su patria y por su Rey a
lugares remotos. Como, avergonzado, no tiene a bien conceder a su novia una
explicación de su marcha antes de ponerse en camino, ésta piensa que la ha abandonado
y, por despecho primero, por aburrimiento y cierto interés por su peculiar carácter
después, acaba cediendo a los requerimientos matrimoniales del marqués,
ignorantes ambos contrayentes del parentesco que une al actual esposo con el
antiguo amado.
El desenlace no desmerece en absoluto los requisitos del melodrama de
aventuras: el antiguo amante regresa y alentado por la rabia y los celos,
decide secuestrar a su antigua enamorada al sentirse incapaz de batirse en
duelo con su propio padre. El marqués, desconocedor de la existencia de este
hijo, moviliza a sus hombres de confianza ofreciendo una recompensa por la
captura del indeseable. Mientras tanto, Leonor, aturdida, suplica el perdón de
su captor, al descubrir tras un desmayo que espera un hijo del Marqués. Tras el
descubrimiento de este hecho por su joven enamorado, este enloquece y la
abandona, presto a la batalla con los hombres de su padre. Finalmente el joven
es apresado, siendo su verdadera identidad descubierta por el Marqués, que
desconsolado, decide liberarlo. Leonor y el Marqués deciden regresar a la villa
y se despiden con lágrimas en los ojos del intrépido caballero que pudo ser
hijo y esposo, que les despide sin volver el rostro, con la mirada altiva y la
promesa de no volver a amar jamás.
La historia no deja indiferente, Aúrea puede sentir la rabia de Gastón, el
hijo ilegítimo del Marqués, mientras su corazón late rápido, pero esto la
devuelve al punto de partida ¿por qué alguien escribiría aquella nota sobre
Gastón? Siente una mortal curiosidad, tan punzante que comienza a dibujarse en
su mente la idea de regresar a la librería el siguiente Sábado y tratar de
averiguar sobre el anterior propietario del libro.
Tras una tediosa semana cuyos días parecen arrastrarse minuto a minuto,
hora a hora, llega por fin el ansiado sábado. Áurea, vestida no sabe porqué con
su vestido favorito, unas medias gruesas y unas botas altas que le dan un aire
de mosquetera que le parece muy adecuado para la ocasión, se encamina a la
librería.
Pero al preguntar al librero por el antiguo dueño de la novela, éste no
sabe darle razón del mismo. "Era parte de un lote de varios libros viejos
que compré a un librero que liquidaba un negocio parecido al mío"-explica.
Al insistir Áurea, con interés creciente, en que le facilite el nombre de dicho
librero, su interlocutor aduce que lo ignora. Ante la cara de decepción de
nuestra protagonista, relata la historia de la compra. Paseando por una calle
de Cuenca, vio una librería antigua, con un cartel que anunciaba compraventa de
libros y otro que avisaba de la inminente liquidación del negocio. Entró, vio y
compró un lote que le pareció interesante, y eso fue todo. No preguntó por el
nombre del librero, y tampoco recuerda el de la librería. Llevada por una
fuerza irresistible, con una insistencia impertinente absolutamente infantil en
la tímida, casi apocada, infinitamente correcta Áurea, ésta inquiere:
"Y...¿no recordará usted ninguna característica, ningún rasgo distintivo
del libro o de su tienda que pudiera permitirme buscarlo?". Ante lo cual
el librero, con una sonrisa entre irónica y melancólica, responde: "Era un
hombrecillo gris, de ésos que ningún novelista describe y ninguna persona
recuerda".
Aquello parece el final de su búsqueda, pero Aúrea no puede rendirse. El
misterio acerca de la notita se ha agrandado en su imaginación hasta alcanzar
dimensiones hercúleas, así que tiene que pensar en un plan. Necesita encontrar
al artífice de la nota.
Al llegar a casa decide que es hora de aprovechar la cara amable de la era
informática, y una vez metida en su buscador favorito, teclea "librerías
de compra-venta en Cuenca". No es una lista larga, aunque poco hubiese
importado que lo fuera ya que no había ningún nombre en ella que la permitiese
establecer el más mínimo indicio para proseguir su búsqueda. Pero en ese
momento en que se muerde el labio inferior con rabia, la enigmática sonrisa del
librero vuelve fugazmente a su mente. ¿Qué significaba aquello?¿por qué parecía
tan complacido con la confusión de Aúrea? El esbozo de una idea se perfila en
su imaginación.
Mira el reloj y con una sonrisa victoriosa al descubrir que tiene el tiempo
justo de volver a la librería antes de su cierre, sale corriendo por la puerta,
con las botas mal abrochadas y el corazón latiendo fuerte.
Una media hora más tarde y con el mismo aire marcial, entra por la puerta
de la librería tropezándose ligeramente con un cartel de cartón que a tamaño
natural, publicita mediante la silueta de su protagonista, el último tomo de
una saga literaria de moda. El librero vuelve a esbozar una sonrisa sardónica
ante la vista de aquel espectáculo." ¿Qué la trae de nuevo por
aquí?"-pregunta risueño. Aúrea, tratando de recuperar la respiración tras
el embarazoso momento vivido segundos antes, sólo puede pronunciar las palabras
que hace ya una hora ocupan su mente:¿De casualidad se llama usted Gastón?
"¿Y qué cambiaría si así fuera?"-espeta él, entre amargo y
burlón. Áurea se detiene unos minutos por primera vez a mirar al librero como
persona, en vez de como obstáculo humano con el que hay que realizar un no por
consabido menos molesto intercambio de palabras antes de lograr salir de la
tienda con el precioso objetivo de un libro que la permita huir de su cómoda,
trazada, predecible y aburrida cotidianeidad para evadirse en el mundo de
aquéllos que no temen vivir su vida. Y entonces entiende.
"No"-responde con dulzura-"no cambiaría nada". Y le
sonríe. "Siempre y cuando se comprometa a complicarme la vida". El
librero la mira a los ojos y sonríe también. Su sonrisa es franca, limpia y
cariñosa. "Claro"-asiente mientras la toma de la mano.
"Simplemente ven conmigo". Y ambos salen a la luz de la tarde,
dejando detrás la sencilla librería, oscura, pero llena de historias
maravillosas e irrepetibles escondidas tras las tapas viejas y grises de polvo,
esperando a que alguien con la suficiente sensibilidad para ver más allá de las
pastas, se atreva a vivirlas.
Laura del Río
Sara del Río